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Discurso de Andrónico Rodríguez

Muy buenas tardes a todos los presentes, a los oyentes y a todos los líderes de las diferentes organizaciones políticas. Un gran saludo.

Vengo acá no como candidato, porque no lo soy. No traigo recetas ni soluciones definitivas a los problemas de la crisis. Vengo a compartir ideas, perspectivas, una visión de país. Vengo a compartir algunas contradicciones con un sentido autocrítico, pero también posiciones respecto a la coyuntura y a la crisis económica que, prácticamente, nos está llevando hacia lo que parece un precipicio sin salida.

Bolivia tiene una extensión geográfica de aproximadamente 1 millón 98 mil kilómetros cuadrados. Contamos con 112 provincias, 340 municipios, y una población estimada de 12 millones de habitantes. Nuestro PIB nominal, o el tamaño de nuestra economía, ronda los 40 mil millones de dólares. El PIB per cápita es de aproximadamente 700 dólares.

Tenemos recursos naturales renovables y no renovables. Tenemos absolutamente todo. Como dirían grandes intelectuales indígenas, Bolivia está sentada en un trono de oro… pero no sabe para qué sirve. Lo digo con total autocrítica.

En los últimos 40 años, nuestro país ha experimentado dos modelos económicos muy distintos. Luego de recuperar la democracia de manos de la dictadura militar en los años 80, tras la gestión de Hernán Siles Zuazo, se implementó un modelo económico básicamente privatizador. Sus consecuencias las conocemos: si bien se logró reducir la hiperinflación, el costo social fue altísimo, generando una brecha considerable de desigualdad, pobreza y desempleo.

Después de 20 años sin grandes resultados, asumió el MAS-IPSP, implementando un modelo económico plural que contempla lo público, lo privado, lo comunitario y el cooperativismo. Un modelo, según muchos economistas, estatista y centralista, pero con logros importantes y visibles hasta el año 2019.

Actualmente, bajo el gobierno actual, desde mi punto de vista, el modelo se ha reducido solamente a lo público. Hemos pasado a un Estado administrador y emprendedor, casi paternalista, que acapara todos los espacios de generación económica, dejando en segundo plano el fortalecimiento de iniciativas privadas, economías comunitarias y el cooperativismo. Esto nos preocupa profundamente.

El cuestionamiento ahora es: ¿ha fracasado el modelo plural del MAS? Hemos pasado por dos modelos distintos: de 1985 a 2005, y de 2006 a 2019. Si la población pusiera en balanza ambos períodos, podría preguntarse: ¿en qué tiempo se vivió mejor?

Pero el problema de fondo, en mi criterio, es que las malas decisiones políticas generalmente desembocan en graves consecuencias económicas.

En 2019, tras el grave conflicto político, asumió el poder un gobierno transitorio de derecha. Una parte del país celebró, creyendo que por fin se había liberado del “masismo”, del “socialismo”, del “régimen”. Celebraron todo un año. Sin embargo, ese gobierno no tuvo éxito. Luego, ganó nuevamente el MAS-IPSP. La otra parte del país celebró, creyendo que ahora sí se reconstruiría la economía. Pero, cuatro años después, estamos en la misma situación.

¿Qué sucede, entonces? En política falta tolerancia, y en economía, falta planificación. Nos hemos acostumbrado a resolver nuestras diferencias políticas en las calles, compitiendo por quién grita más fuerte, quién tiene el grupo de choque más grande. Hemos olvidado la comprensión, la paciencia, la tolerancia.

Esas confrontaciones han generado consecuencias económicas inimaginables. Hoy tenemos reservas internacionales en niveles bajísimos. El litio no despega desde 2019. La deuda y la subvención estatal siguen creciendo. La renta petrolera ha caído por debajo de los 2 mil millones de dólares. La recaudación tributaria alcanza los 57 mil millones de bolivianos, y la aduana cerca de 18 mil millones. Sin medidas urgentes, no podremos estabilizar el país.

Estamos peleando por diferencias ideológicas en lugar de buscar soluciones conjuntas.

Ante esta situación, propongo al menos seis tareas urgentes desde el nivel central para reencaminar la economía:

  1. Facilitar, innovar y mejorar las condiciones de trabajo y negocios del sector informal, que representa el 60-70% de la población. Muchos trabajan con pequeños capitales sin posibilidad de crecimiento, debido a la burocracia y al abandono del Estado.

  2. Impulsar los sectores de energía y minerales estratégicos, pilares fundamentales de nuestra economía, adaptándolos al desarrollo tecnológico e inteligencia artificial. Deben ser prioridad nacional.

  3. Renovar las grandes empresas estatales estratégicas. El Estado no debe competir con emprendedores ni acaparar todos los espacios productivos. Debe enfocarse en áreas claves como la transición energética.

  4. Fortalecer sectores clave como agricultura, ganadería, turismo y transporte, gestionados principalmente por privados y emprendedores. El Estado debe garantizar seguridad jurídica y facilitar condiciones mediante nuevas leyes o reformas tributarias.

  5. Construir una economía para quienes menos tienen. Debemos seguir implementando programas sociales productivos, especialmente en zonas rurales donde aún falta agua potable, educación y salud.

  6. Recuperar la estabilidad económica. No se trata de discursos demagógicos ni medidas improvisadas. Se requiere confianza, institucionalidad y una nueva planificación económica.

En este momento vivimos una desinstitucionalización profunda. La política está devaluada, los políticos desacreditados, y la crisis económica nos devora.

Pareciera que los extremos nos están haciendo daño. Desde un lado se busca eliminar a los “masistas”, y desde el otro, a los “neoliberales”. Así no vamos a construir un país. Siempre existirán diferencias políticas e ideológicas. Pero si no tomamos decisiones con visión de país y respeto a nuestra realidad geográfica y cultural, no saldremos adelante.

Podemos ser de izquierda en lo político y social, pero en lo macroeconómico debemos abrirnos al mundo. Ni Venezuela ni Estados Unidos son modelos aplicables directamente. Bolivia necesita profundizar su economía plural, con lo público, lo privado, lo comunitario y lo cooperativo, en función de su realidad heterogénea.

Finalmente, debemos revisar cómo evaluamos la gestión pública. No basta con decir que alguien es buen alcalde por ejecutar el 99% de su presupuesto. ¿Qué proyectos se hicieron? ¿Eran necesarios? Hay puentes sin ríos, mercados en comunidades de 50 personas. Nos falta planificación. La planificación debe ser una característica de todos los bolivianos, sin importar la ideología.